sábado, 13 de octubre de 2018

Día 2. Tranquilo

El asilo es muy ruidoso...
Las enfermeras pasan, sus pisadas suenan huecas y hacen eco cuando deambulan por los pasillos, creí que usaban zapatos cómodos, pero tal parece que traen tacones y esto es una especie de tugurio...
Mis compañeras no se quedan atrás, a cada lado escucho llantos y gemidos; no entiendo, ¿cómo es posible que Teresa y Marta estén tan deprimidas... o locas? Tan solo ayer estuvimos a las risas mientras jugábamos a las cartas, les gané algunos billetes.
Hasta los doctores y las monjas estaban con su escándalo, unos gritando, las otras santiguándose.
Es por eso que me puse mis zapatos más cómodos, bajé de la cama despacito y de puntitas caminé a la puerta, la abrí evitando el chirrido que caracterizaba mi cuarto. Caminé por el largo pasillo sin que nadie me notara, varias veces tuve que hacerme la loca enfrente de alguna máquina expendedora e incluso me escondí tras una planta, pero nadie me vio.
Salí del asilo como toda una espía, caminé unos metros y tomé un taxi, por suerte llevaba mi monedero con mis ganancias del día anterior.
El taxista era un hombre amable, pero al final, creo que lo que comió le cayó mal, se le veía un poco pálido cuando me bajé, le dije que se tomara un té...
Por fin en casa, no es que no me quisieran, es que todos trabajan y no les gusta que esté sola merodeando por la casa, sobretodo cuando abrí las llaves del gas y me salí de la cocina. 
Pero eso no importa, ahora he llegado y quiero unos momentos en calma en mi mecedora.
Es muy cómoda, me gusta mecerme tranquilamente, mientras el viento se cuela por las ventanas abiertas, incluso creí ver a mi viejo "pulgas", pero eso no puede ser, el ya lleva muerto mucho tiempo.
Ah... al fin un momento de paz, tranquilidad y descanso... Que bien se siente... y qué sueño...

Dulce sonido del vaivén, 
arrulla esta alma cansada
que ya es hora de dormir,  
esta vez no es temporal
sueño eterno, ven a mí...

El teléfono de la casa sonó mientras la mujer preparaba con prisas la comida; cuando contestó, tenía una cuchara en la mano y su delantal puesto. Sin embargo, mientras le avisaban que la paciente del asilo había muerto durante la madrugada, no sabía sin concentrarse en ello, o en la mecedora que se movía por sí sola frente a sus ojos.

Larh Ilustrador Inktober 2018 

miércoles, 10 de octubre de 2018

Día 1. Venenoso

No me gusta estar solo...
Llevo mucho tiempo cargando esta depresión.
Paseo una y otra vez por la tienda del gordo Barry, miro sus hachas y otros filos.
Tengo arsénico y cianuro por si acaso... Al final, no puedo darle fin a esta vida. 
Siempre termino mirando por mi ventana con nostalgia.
Recuerdo aquellos días en que podía sonreír, cuando hacer diabluras era mi pan de cada día, y más tarde cuando podía conquistar a cualquier doncella, llevarlas a sus casas y robarles todas sus pertenencias.
Pero esos días se han ido, ahora me siento triste todo el tiempo.
El otro día vi a la vieja Margot, le dije que me sentía devastado y me regaló una hogaza.
El otro día volvía con el viejo Barry y por fin me preguntó qué me ocurría, que porqué tenía esta cara tan larga, le dije; así que me regaló un saco con especias.
El otro día vi a Tom, su vida ha dado un giro, parece que encontró un trabajo estable y ahora viste muy bien, me vio cabizbajo y le conté qué me ocurría, me regaló unas monedas.
El otro día me encontré con el sucio Rick, es un bobo que siempre me hizo reír, dijo que me vio con un semblante tan triste que no me reconoció y trató de asaltarme, también le conté; al final me obsequió un par de cosas que había hurtado esa misma mañana.
Tal vez...
Podría ser que si tengo amigos después de todo.
Es posible que aún quedan personas amables en este mundo, personas que se preocupan por mí.

Es por eso que los he invitado a tomar un trago a mi lado. Limpié mi casa, coloqué un nuevo mantel, sequé los vasos y abrí mi mejor botella.

Brindemos compañeros
celebremos la amistad,
que nuestra juerga perdure
incluso en el más allá

¡Salud!

Les dije anteriormente...
que no me gusta estar solo...

Octubre Darktubre Oscutoño Halloween... Felicidad...

Octubre ha llegado... desde hace 10 días... 

Pero eso no demerita la felicidad que estos días me contagian. Me he tardado un rato en escribir, sí, y lo lamento. Tuve unos momentos de bloqueo mental, así que me distraje en otras actividades donde incluso aprendí a tejer, pero eso es otra cosa, solo sé que con las ganas y empeño puedes tener buenos resultados, así que ahora puedo agregar el amigurumi a mis monerías, eso y la adición del arroz chino a mi lista de cocina ;)

Llevamos 10 días de octubre y eso solo me indica que van 10 días de iniciado inktober, justo para inspirarme de las hermosas ilustraciones que van subiendo algunos artistas. Esta vez no planeo combinarlo con otra lista (como pasó con el witchtober), pero pensaba en mantener una constante: los fantasmas. 

Será mejor que vaya empezando, porque sino, va a ser diciembre y yo seguiré sin terminar, como ocurrió el año pasado. 

Al final, solo quería reportar que sigo con vida  ;)

Santos y excelentes días...

miércoles, 1 de agosto de 2018

Creí que eran juguetes...

Era un día de reyes.
Corría la década de 1930 aproximadamente.
Como ocurría en la mayoría de familias de la época, el hombre trabajaba y aportaba el sustento, mientras la mujer se hacía cargo de las labores de la casa y de los hijos más pequeños.
Por lo general, estas familias se hacían de muchos hijos, recuerden que la tasa de supervivencia no era muy alta que digamos.
La familia de la que hablo, llegó a tener hasta 9 hijos, 6 de ellos llegaron hasta la edad adulta y 5 de ellos a la vejez.
Sin embargo, en los años de los que estoy hablando, la hija mayor de aquella familia tendría unos 7 años de edad, y como la primogénita tenía a su cargo labores similares a las de su madre, incluido el cuidar de sus hermanos más pequeños.
Cuando das un vistazo al pasado te das cuenta de que muchos de esos niños no tenían infancias como las nuestras, aquellos hermanos, eran sus muñecas vivientes que había que alimentar, dormir, bañar y cuidar.
La niña de la que hablo, se llamaba Inés.
Ella cuidó a uno de sus hermanos incansablemente, pero al final una terrible fiebre se lo llevó de esta vida a temprana edad. Al final, el único recuerdo que poseían de aquel niño era una foto postmortem (la única foto que se dejó tomar) donde reposaba en su cama rodeado de flores.
Pero en aquellos tiempos no existía la depresión y había que volver al trabajo de inmediato.
La madre de Inés estaba encinta de nuevo, y como no podía realizar movimientos tan bruscos, mandaba a la pequeña por cosas a la bodega.
La bodega de la casa se encontraba en lo más alto, en un tapanco, subiendo unas escaleras inclinadas. El lugar solía encontrarse en penumbra, aun en el día, por lo que debían subir alumbrados con un quinqué.
Aquel seis de enero, Inés fue a recoger unas semillas para que su mamá cocinara, sabía que día era, pero le habían dicho que no habría regalos, que lo importante era que todos comieran y no que tuvieran juguetes ni cosas inútiles.
Llegó hasta las escaleras, las subió, y casi llegando a la parte oscura, encendió el quinqué. Cuando se incorporó, lo tomó y alumbró su camino.
Las maderas crujían a sus pies, paso a paso. La luz no era suficiente, así que tropezó en algunas ocasiones, pero al final, de entre todo, llegó hasta el gran saco que buscaba.
Mientras tomaba lo que su madre le había pedido, empezaron a escucharse sonidos, como pasos diminutos, como si alguien tirara semillas y estas rebotaran.
Se giró, no vio nada. Bajó la vista por si estaba regando algo, pero no.
Recogió sus cosas y se dispuso a marcharse, una vez que se puso en pie y caminó de regreso, una sombra llamó su atención, al girarse de nuevo y alumbrar la vio pasar corriendo.
Pensando que se trataba de algún animal que intentaba robarse parte de la despensa, se dispuso a buscarlo.
Al final, el quinqué alumbró lo que parecía ser un muñeco pegado a la cabeza con otro, un ser pequeñito que saltaba de un lado a otro, alzaba sus manos y saludaba, no emitía sonido alguno más que el de sus pies cayendo sobre las tablas.
Inés lo miró incrédula.
¿Será un regalo de Día de Reyes?, pensó.
Lo contempló unos instantes, lo vio bailar y solo pudo sonreír ante tal curioso "regalo".
Al final, el grito de su madre, la trajo de vuelta a la realidad y tomando sus cosas bajó corriendo e hizo sus labores.
Esa misma noche, con quinqué en mano, alumbró cada esquina del tapanco, movió sacos y cajas, pero no volvió a ver a aquel ser. Lo buscó por días, y al final se dio cuenta de que quizás solo había sido un regalo momentáneo que fue vigente en aquella ocasión.
Fue la única historia paranormal que contaba mi abuela, siempre que alegábamos tener miedo a la oscuridad, ella nos decía que si ella misma buscó a la luz del fuego en cada rincón de un lugar completamente oscuro, nosotras con electricidad no teníamos porqué temer.
"Teme a los vivos", decía con frecuencia.
Al final, nunca supe si mi abuela tenía algún miedo o similar.
Lo cierto es que imaginarme yo misma, subiendo por aquellas escaleras, para buscar a un ser moviéndose entre los rincones, todavía me produce frío en la espalda.
Alguna vez, mi abuela mencionó que no quería morir mientras dormía, así que supuse que ese podría considerarse un miedo, pero cuando se despidió de este mundo, lo hizo con los ojos bien abiertos y la consciencia plena, como cuando era niña y sostenía su quinqué.
Valiente siempre fue... no cabe duda...
Genio y figura, hasta la sepultura...

miércoles, 3 de enero de 2018

El Legado

— ¡Qué difícil es reunir a la familia en Navidad! — Dijo mi madre mientras daba de vueltas por la sala — Hay que hablarle a todos y a veces tener que aguantar largas horas en el teléfono para que te digan que no podrán.
— La familia se ha fragmentado — Dijo mi papá, mientras pasaba la hoja del periódico.
La familia se había fragmentado, eso era seguro. Y había un detonante. Pero aquella experiencia, en  mi caso, se parecía más a un sueño que a un recuerdo de mi infancia: en un día de Navidad, nos dijeron que mi tío Dan había pasado a mejor vida. Había muerto en un hospital en el extranjero. La burocracia no lo hizo más fácil, trasladar su cuerpo tomó una semana entera, así que en Año Nuevo llegó al país; pero no nos lo entregaron para su funeral, hasta el día de Reyes.
¿Quién quiere volver a celebrar luego de ello?
Además, el tío Dan era el que reunía a la familia. Por alguna razón, él siempre lograba que los “no”, se volvieran “si” y que hasta la prima más tacaña, cooperara en grande para la cena. Su partida significaba que alguien más debería hacer el trabajo de integrarlos a todos, pero más de una tía lo había intentado y ahora mi madre… sin éxito.
— Nadie lo supera aún — Dijo al fin mi madre, dejándose caer en el sillón.
— Lo sé… — Contestó mi padre mirándola amorosamente mientras bajaba su periódico — Podemos pasarlo solo nosotros, con el niño y tal vez tu hermana... la que si nos habla…
Muchos aspectos de mi infancia, pasaron frente a mis ojos como si se tratara de una obra de teatro; donde presenciaba y escuchaba todo, pero no tenía opinión e injerencia en nada, así que además de ver estas escenas, no podía decir mucho, además nadie querría escucharme…
Esa misma tarde, mis padres salieron de casa para comprar algunas cosas para la cena. Yo me quedé solo, adornando el árbol. Había descubierto a mi madre tratando de poner las esferas, pero siempre terminaba llorando sin haber coloca ni una. Me interrumpió el sonido de la puerta, un toquido especial que solo hacía mi tío Dan. Corrí hasta la puerta y abrí de golpe. Mi tío Dan estaba ahí con un enorme pavo en las manos.
— ¡Mocoso! — Dijo con su alegría habitual
— ¡Tío! — Grité y corrí a abrazarlo con lágrimas en los ojos — ¡Me dijeron que habías muerto! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!
Mi tío me empujó suavemente hacia la casa, puso el pavo en la barra y me tomó en sus brazos.
— ¿Eso te dijeron? — Dijo con una triste expresión.
Asentí con la cabeza.
— Yo… hice un nuevo viaje, y solo me pueden alcanzar aquellos que hayan llegado al fin de sus días. No he muerto, a menos que ustedes lo crean…
— Pero ya te vas a quedar con nosotros otra vez — Dije con certeza.
— No… solo vine, porque quiero que recuerden.
— ¿Recordar qué?
— Que somos una familia aun, que algunos se irán yendo con el paso del tiempo, pero que los que quedan, deben permanecer juntos… Todos deberían saberlo, pero creo que alguien debería ayudarlos un poquito...
— ¿Quién va a reunir ahora la familia? — Dije poniendo mi mano en el mentón.
— ¿Qué tal tú? — Dijo, con su pícara sonrisa.
— ¿Yoooooooo?
— Vamos… toma ese teléfono…
Cuando mis padres volvieron de sus compras, casi caen desmayados: toda la familia estaba en la casa, los primos decorando la casa y las tías en la cocina, volviéndose locas con el pavo y la carne. Pero al fin y al cabo, felices.
Mi tío me había ayudado con las frases para decirle a la familia, algunos eran recuerdos que ni yo sabía, pero debió ser muy efectivo, si logré que vinieran. Luego de haber hecho su travesura, mi tío se despidió y se fue.
— Algún día haremos esto juntos, mocoso… — Dijo guiñando el ojo y desapareció.
Nadie entendió como un niño pudo convencer a la familia de venir para Navidad. Pero eso, logró que la tradición se recuperara. De modo que algunos años, no tuve que llamarlos a todos. Y solo pocas veces tuve que ir a casa de algunos parientes y traerlos a casa aunque estuvieran enfermos. Siempre recordándoles la importancia de estar juntos. Con el tiempo, las personas fueron creciendo y anexándose nuevos integrantes, algunos partieron, justo como dijo mi tío. Pero siempre tratábamos de ver el lado positivo. Sus fotos siempre estuvieron colgadas en mi pared como un recordatorio de su existencia.
Y del mismo modo, mi foto debería estar ahí.
Cuando toqué aquel timbre, la puerta se abrió de par en par casi de inmediato.
— ¡Abuelo! — Gritó el pequeño Dan. Y corrió a darme un abrazo.
— Solo vine a ver si lograste reunir a la familia para navidad… — Dije mientras entraba en la gran estancia.
— ¡Todos van a venir! — Dijo alegremente — ¡También pusimos tu foto en la pared!
— Que alegría — Y tomando al pequeño Dan del hombro lo giré de nuevo hacia nosotros — Este es tu tío abuelo Dan, el comenzó todo…
— Hola, mocoso… — Dijo con una amplia sonrisa.

Día 31. Stars Witch

Bruja me dicen por las calles…
Bruja, bruja… por donde vaya…
La gente no comprende muchas cosas del mundo y del universo, así que en lugar de no opinar o reservarse los comentarios, sueltan veneno y odio de sus bocas. Ellos son los verdaderos seres malignos, no yo, que uso mis conocimientos para aprender más cosas y ayudar.
Sé cuándo el mar bajará, y cuándo subirá. Sé cuándo una tormenta se acerca y cuándo se alejará. También sé cuándo las estaciones harán sus cambios y sé que cuando viajo por el bosque de noche, no puedo perderme.
Conozco de hierbas, de ungüentos y de remedios, pero eso me lo enseñaron los libros. Sé del movimiento de los astros y conozco el transcurrir de las horas, pero eso no me da magia.
No soy una bruja. Soy una mujer de ciencia.
Pero no puedo mostrárselo a nadie, ningún hombre me permitiría estudiar en su laboratorio, usar sus aparatos y aprender más. Las mujeres no debemos leer, no debemos conocer… eso nos hace brujas.
Me inventé un esposo… un hombre que se la vive en el mar, es capitán de una embarcación. Así que a veces me pide que le envíe cosas de ciencia que me anota en un papel, a veces hasta lo leo mal, pero de ese modo, los demás hombres me los venden. Así hice mi pequeño laboratorio en casa.
Pero necesitaba una fuente de ingresos.
Así que ahí sí, me convertí en una bruja.
Me hice de otra casa: una choza en la parte alejada del pueblo. Ahí la bruja te atiende por las mañanas, sale con su máscara y con una voz rasposa atiende a los pueblerinos. Es muy efectiva, ha curado a muchos y ha prevenido desastres naturales, tal vez bajo esa máscara sea una mujer fea y vieja, por eso se oculta. Nadie sabe qué hará por las noches, quizás se va al bosque a matar animales para hacer sus ritos… o quizás, se va a la orilla del mar, para contemplar y aprender de las estrellas.
No soy una bruja, soy una mujer de ciencia…Ahhhh…entonces tal vez si soy una bruja… hasta que este mundo cambie…

Día 2. Tranquilo

El asilo es muy ruidoso... Las enfermeras pasan, sus pisadas suenan huecas y hacen eco cuando deambulan por los pasillos, creí que usaba...